LITERATURA FANTÀSTICA. TERCER AÑO
1-A continuación te propongo algunas actividades que te
permitirán construir y reconstruir un punto de partida para comenzar a leer los
cuentos de esta antología.
2-Fantástico y fantasioso ¿Son iguales? ¿Por qué?
3-Indica cuál de las siguientes definiciones se refiere al
cuento y cuál a la novela.
a) Es una narración literaria de
considerable extensión, donde junto a los personajes principales pueden
aparecer personajes secundarios; la acción se puede diversificar y los
ambientes donde transcurren los hechos narrados pueden ser varios. A causa de
esta complejidad, se divide generalmente en capítulos.
b) Es breve, se lee “de un tirón” y relata un hecho único; es
decir, no tiene episodios laterales o acciones secundarias y los personajes son
siempre protagónicos. Genera un efecto unitario que se percibe inmediatamente,
al terminar la lectura.
c) Con ayuda de un libro o google, amplía la definición de
cuento y proponé ejemplos con textos que hayas leído.
2 Cuenta a tus familiares alguna película que recuerdes en
la que ocurre algún hecho sobrenatural.
3. Proponé la definición de la palabra fantástico, tal como
podría aparecer en un diccionario.
4-Luego, buscá en el diccionario la definición de ese
término y completa o corrige la que
escribiste, según corresponda.
5-Lean los siguientes relatos y elijan la definición más
adecuada para explicar lo que ocurre en ellos.
Un creyente
Al caer la tarde, dos desconocidos se encuentran en los
oscuros corredores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de
ellos dijo:
—Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?
—Yo no —respondió el otro—. ¿Y usted?
—Yo sí —dijo el primero, y desapareció.
George Loring Frost
Mensaje
Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay
nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.
Bailey Aldrich
Primera definición:
Se trata de relatos en los que aparecen
elementos mágicos o sobrenaturales, imposibles en el mundo real. A veces, es un
objeto. Otras veces, los personajes mismos son capaces de realizar acciones
sobrenaturales, como volar, desaparecer o hechizar. Así, estos cuentos incluyen
hechos extraordinarios que causan la admiración del lector. Se acepta lo mágico
como verosímil.
Segunda definición:
En estos relatos tiene lugar un
acontecimiento sobrenatural, imposible o poco creíble, que se desarrolla dentro
del mundo real, e incluso dentro de un ambiente cotidiano. Se produce un hecho
inquietante y extraño que provoca la incertidumbre o vacilación del lector, que
es la duda, que se genera ante un acontecimiento inverosímil que perturba las
leyes de la realidad. El desenlace de estos cuentos se presta a distintas
explicaciones o alternativas, tanto lógicas como sobrenaturales, que ellector
tiene que interpretar. Es decir que el misterio no se resuelve.
6-Lee con atención el siguiente
texto.
La literatura fantástica
argentina Alberto Manguel ¿Qué es la literatura fantástica? La denominación
literatura fantástica se aplica al género literario que admite en la realidad
de su texto la existencia, o posibilidad de existencia, de elementos –seres,
cosas, lugares o hechos– sobrenaturales que irrumpen en un mundo que es, aunque
literario o ficticio, posible. Tzvetan Todorov1 lo define así: “Exige [lo
fantástico] tres condiciones. En primer lugar, es necesario que el texto
obligue al lector a considerar el mundo de los personajes como un mundo de
personas reales, y a vacilar entre una explicación natural y una explicación
sobrenatural de los acontecimientos evocados. Luego, esta vacilación puede ser
sentida también por un personaje; de tal modo, el papel del lector está, por
así decirlo, confiado a un personaje y, al mismo tiempo, la vacilación está
representada, es decir, se convierte en uno de los temas de la obra; en el caso
de una lectura ingenua, el lector real se identifica con el personaje.
Finalmente, es importante que el lector adopte una determinada actitud ante el
texto: deberá rechazar tanto la interpretación alegórica como la interpretación
poética”.
Podemos agregar que no solo debe
considerarse la actitud del lector. Por sobre todo, entendemos que es el autor
quien establece el punto de partida desde el que debe leerse el texto. Es
cierto que la lectura puede renovar esa visión, pero no sin falsearla. Un texto
religioso leído como fantástico por un no-creyente, olvidará la intención con
que fue escrito el texto; la literatura es, por sobre todo, ficción, y si bien
puede –y en sus mejores casos así lo hace– incluir o partir de una raíz, por
ejemplo, religiosa, no olvida que se propone un juego, juego en que el autor
representa un texto, presenta un texto en cuya realidad debe creer el lector
durante la lectura. En especial en la literatura fantástica ese “convenio”
sigue las reglas propuestas por Todorov en su definición. El rechazo de una
interpretación alegórica o “poética” es tan importante como el rechazo de una
interpretación “económica” o “cientificista” de cierta situación o personaje
tratándose de una novela realista. Ni el autor ni el lector pretenden esa
realidad, sino exactamente la opuesta: la que surge, no de la expresión, sino
de la impresión (aunque la expresión no está ausente en muchos casos). El
escritor fantástico quiere crear una atmósfera en la que el lector vacile, ya
permitiendo, ya asumiendo esa vacilación. “La vacilación –dice Todorov– es la
primera condición de lo fantástico”. Al indagar en la realidad y componer
elementos sobrenaturales con datos que existen en ella, el escritor fantástico
indica sus dudas acerca de lo “natural o visible”. Admite, a través de la
ficción, fuerzas situadas más allá de la comprensión del hombre y señala la
pobreza de la vida cotidiana por medio de “las otras posibilidades” de esa
vida. “En el verdadero campo de lo fantástico, existe siempre la posibilidad
exterior y formal de una explicación simple de los fenómenos, pero, al mismo
tiempo, esta explicación carece por completo de 15 probabilidad interna”,
enunció en el siglo XIX el filósofo y místico ruso Vladimir Soloviov2 . Esa
verosimilitud o posibilidad es imprescindible. Sin ella, el relato fantástico
resulta solamente alegórico (por ejemplo, en una fábula en la que los animales
hablan, nadie supone que debe creer en eso) o absurdo (nos referimos a la
literatura que busca retratar la realidad por la negación y el humor). Para
Lovecraft, el criterio de lo fantástico no se sitúa en la obra, sino en la
experiencia particular del lector, y esta experiencia debe ser el miedo.
“Debemos juzgar el cuento fantástico no tanto por las intenciones del autor y
los mecanismos de la intriga, sino en función de la intensidad emocional que
provoca. […] Un cuento es fantástico simplemente si el lector experimenta en
forma profunda un sentimiento de temor y terror, la presencia de mundos y
potencias insólitos”3 . Peter Penzoldt resume así este concepto: “Con excepción
del cuento de hadas, todas las historias sobrenaturales son historias de
terror, que nos obligan a preguntarnos si lo que se toma por pura imaginación
no es, después de todo, realidad”4 . Así debe juzgarse un texto fantástico: por
su intención, lectura e impresión. Historia de la literatura.
7-Realiza un resumen del texto
leído en el punto 6.
8-Leé el siguiente cuento
fantástico argentino.
Los espías
Querido Billy:
El viernes pasado, en
lo de Nini Gómez, me pediste que contara el episodio de Córdoba.
Inesperadamente ese episodio de Córdoba ha llegado a adquirir cierta fama en
determinados círculos de Buenos Aires, porque donde voy me preguntan qué me
sucedió allí. Lo cierto es que todavía nadie, nadie, conoce el asunto, ya que
he preferido callar, por tratarse de algo tan insólito que ni siquiera yo, su
casual testigo, logro convencerme de que tuvo lugar. Pero sí, sí tuvo lugar,
fue un hecho real, concreto, y no una pavorosa alucinación. Alguna vez, en el
curso de estos últimos dos meses, he aludido a él, ante ti, ante los más
íntimos –pues por momentos me resulta muy difícil callarlo–, y eso ha provocado
la marea de los pequeños comentarios que mencionaste en la comida de Nini, mas
como te digo, hasta ahora nadie sospecha, nadie podría imaginar qué aconteció,
aparte, por supuesto, de que el motivo de tanta curiosidad es misterioso, acaso
espantoso. He resuelto, a raíz de tu pedido, que debo revelárselo a alguien y
compartir el peso de su enigma. Ese alguien eres tú, mi mejor amigo, tal vez el
único que me creerá cabalmente. No tendría sentido que te mintiese a ti. Te
confieso que lo hago con algún remordimiento, puesto que desde hoy seremos dos
los depositarios de un secreto • 68 • Manuel Mujica Láinez incalificable. Eso
sí, te encarezco que hagas lo posible por no divulgarlo. Insisto en que no será
fácil. Por lo que a mí respecta, la razón fundamental que me impulsa a declarar
lo que sé del mismo, finca en que podría desaparecer, morirme (por causas
naturales o de las otras, quizá de las otras), y en que la responsabilidad de
partir de este mundo con una carga tan descomunal agobia mis débiles hombros.
Me fui a Córdoba, como recordarás, a la pensión “El Miosotis”, ubicada cerca de
San Antonio, con el propósito de descansar. Lo merecía, luego del ajetreo de
estos últimos tiempos, de tanto barullo triste. Lucille me recomendó el sitio,
verdaderamente encantador. Claro que ni ella ni nadie hubieran podido prever lo
que hallá pasaría. Es un establecimiento pequeño, dirigido por un matrimonio
inglés, que sólo recibe a una docena de huéspedes. Cuando llegué no lo
habitaban, fuera de los dueños y el reducido personal de servicio, más que tres
matrimonios (dos de ellos de recién casados) y una señora anciana, a la cual,
según se me informó en seguida, vive allí permanentemente. La primera semana
transcurrió en medio de la paz absoluta: los jóvenes matrimonios se ocupaban de
sí mismos; los ingleses –Mr. y Mrs. Bridge– evidenciaban ser modelos de
discreta prudencia; y la dama vieja, la señora de Morales Rivas, limitó su
parca conversación a los temas convencionales. Me apliqué a bañarme en el
solitario arroyo vecino; a beber naranjadas y vasos de vino blanco en el bar
“El cordobés”; y a pasear por los alrededores (no hay mucho que ver),
respirando el aire seco que languidecía entre las quintas escasas. Una tarde,
mi caminata se estiró una legua, hasta el instituto cuyo largo título no he
podido aprender y que se especializa, según me explicaron, en investigaciones
vinculadas con los estudios aeroespaciales. Espero no equivocarme; demasiado
conoces • 69 • Los espías mi ignorancia total en lo que a esa materia se
refiere. Creo que en el instituto en cuestión se realizan esos estudios o búsquedas
parecidas. En el Di Tella te lo aclararán. De todos modos, no me adelanté más
allá de sus muros, ni me pasó por la mente entrar al caserón, el cual nada
difiere de los restantes que, hundidos en el follaje, flanquean los caminos de
la zona. Sólo después se me ocurrió atribuirle importancia a la proximidad de
aquel centro ignoto, al que, por lo demás, probablemente no hubiera tenido
acceso, de haberme propuesto tan peregrina excursión. Mi vida se desenvolvió,
en consecuencia, agradablemente: baños, lecturas, de noche la tertulia
familiar, en torno de la radio inestable o vagas partidas de canasta, con
matrimonio mayor y la señora de Morales Rivas. Hasta que los Kohn (así
declararon llamarse) aparecieron en “El Miosotis”. A todos nos desconcertó desde
el primer momento –y lo comentamos con broma ociosa– su aspecto singular. Aquel
matrimonio de rasgos porcinos, que supimos cuarentón, acompañado por un hijo y
una hija de aparentes diez o doce años, nos sorprendió por su obesidad
excesiva, por su impasibilidad exagerada y por cierta torpeza de los
movimientos, que atribuimos a su pesadez. También nos llamó la atención que
vistieran ropas demasiado abrigadas, de corte antigua y (eso era lo más
chocante, en un lugar donde la diversión máxima consistía en variar
modestamente el atavío) que vistieran siempre las mismas. Pero los cuatro Kohn
hicieron patente su propósito de no participar de nuestras intrigas y de
consagrar la temporada que pasarían cerca de nosotros a su exclusiva intimidad.
Respondían a nuestros saludos, inclinando las graves testas acartonadas;
hablaban entre sí en voz inaudible y en un idioma que no llegamos • 70 • Manuel
Mujica Láinez a discernir, aunque parecía un dialecto alemán; y su actividad se
reducía a largos paseos que, después del desayuno, los eliminaban rumbo a las
sierras. En varias ocasiones topé con ellos en algún recodo de la carretera que
conduce al instituto que te mencioné, o al “castillo” de Nieva Funes, o a la
Granja Suiza, y nos limitamos a reiterar los mudos cabezazos. Andaban
lentamente, guiando sus corpachones como escafandras. No me inmutó su
indiferencia pues, como comprenderás, fuera de su traza absurda no había nada
en ellos que me atrajese, y como el resto de los huéspedes, prescindí de los
Kohn. Hubiera sido un error proponerles que interviniesen en nuestras canastas
nocturnas a tan morosos compañeros. Por lo demás, los Gordos –así los
designábamos, sin esforzar la imaginación– se esfumaban a tranco de paquidermos
y se encerraban en sus dormitorios, en seguida después de comer. —Esa gordura
—dictaminó durante una sobremesa la señora de Méndez Rivas— no es natural. Y no
lo era, ciertamente. Tampoco ese color marchito, que el sol de Córdoba no
vencía, ni esa impavidez taciturna, especialmente rara en el caso de los niños,
que parecían ignorar los juegos más simples y restringían su acción a acompañar
a sus padres, en las largas andanzas cadenciosas, callados e indolentes,
constantemente al lado de ellos, de modo que el grupo de los Gordos, cuando lo
avistaba en el pueblo de San Antonio o en los senderos de las serranías, me
daba la impresión de estar integrado por cuatro animales macizos, cuatro
domesticados jabalíes blancos, que caminaban sobre dos patas traseras y usaban
unos trajes oscuros, merced a la infinita (e improbable) paciencia de un
domador de circo. Acumulo ahora estos datos y observaciones, por la importancia
increíble que los Kohn • 71 • Los espías cobraron para mí más tarde, pero
porfío en que hasta el instante de la revelación los Gordos me interesaron tan
poco como a los demás residentes de “El Miosotis”. De no haberse producido esa
revelación, hoy los hubiera olvidado, o tal vez los recordaría como a cuatro
ejemplares de las groseras proporciones que puede alcanzar lo caricaturesco en
el pobre ser humano. Una mañana en que el calor apretó sobremanera me dispuse a
reanudar el saludable chapaleo en el arroyo próximo. Sombríos árboles escoltan
su delgado caudal, que el capricho de las piedras enriquece, y allá me dirigí
más temprano que de costumbre. Con el pantalón de baño por toda ropa remonté el
curso del agua siguiendo sus variaciones, siempre bajo la bóveda de ramas que
apenas dejaba filtrar una indecisa luz. Quizás anduve un par de horas de esa
suerte, saltando de roca en roca, hundiendo los pies en la corriente,
deteniéndome a observar un insecto o una planta, pensando en las cosas absurdas
que me habían acaecido en Buenos Aires y tratando de descartarlas de mi memoria
para gozar felizmente de la frescura del lugar y de su fascinación. El arroyo
se tornaba, a medida que nos alejábamos de “El Miosotis”, más y más misterioso.
Se estrechaba, se encajonaba y tenía yo la sensación de moverme en el interior
de una gruta, dentro de la cual crecían árboles tupidos. Como no había llevado
reloj me inquietó la idea de haber extendido desmedidamente la salida y opté
por buscar el camino, del que me separaba una barrera de marañas y peñas, para
regresar en menos tiempo a la pensión. Abandoné, pues, en un giro más del
arroyo, el laberinto de agua, me calcé las zapatillas y me introduje en la
trabazón frondosa. Hallé un sendero, probablemente obra de las cabras, y por él
me adelanté, calculando que desembocaría en la ruta. Treinta metros más • 72 •
Manuel Mujica Láinez allá me percaté de que se ensanchaba un poco, en un paraje
despejado que a través de la espesura alcancé a divisar. Me costó, sin embargo,
franquearme paso en la maleza, y a duras penas lo conseguí, luego de enzarzarme
en filosas espinas. Debí dar un brinco para atravesar el último cerco del
ramaje, y al llegar por fin al breve espacio libre tropecé con un cuerpo, con
tan mala suerte que junto a él caí. Ese cuerpo era el de la señora Kohn. Mi
cara quedó a escasos centímetros de la suya; cuando la reconocí, latiéndome el
corazón por lo inopinado del lance, me incorporé rápidamente y tartamudeé unas
excusas imprecisas. De inmediato me asombró su expresión. Es cierto, como antes
señalé, que los Gordos se destacaban por su apatía inalterable, pero aquello
superaba lo previsible. Estaba la gruesa señora echada en el pasto, cara al
cielo que se entreveía en la blanda oscilación de las copas. Tenía los ojos y
la boca abiertos, y sin embargo no se movió, ni parpadeó, ni respondió a mis
disculpas. Retrocedí, entre atónito y agraviado –con ser yo el ofensor– por su
despreciativa displicencia, y al hacerlo mis piernas rozaron un cuerpo más. Me
volví y entonces se multiplicó mi turbación, porque detrás de mí, en posturas
similares a la de la señora y con la misma repudiante insensibilidad fija en
los rostros, se hallaban los demás miembros de la familia. Los cuatro yacían,
abandonados, cara arriba, y los cuatro tenían abiertos los ojos y las bocas.
Ninguno se levantó ni insinuó un ademán. Continuaron inmóviles, en la
sofocación de sus ropas de invierno, como si yo no hubiera aparecido tan
bruscamente por allí. No dormían, empero. Torné a hablar a borbotones, en parte
para establecer el desagrado que me causaba mi aturdimiento inocente y en parte
también para quebrar un silencio que resultaba anormal, pero nadie se inmutó, y
en ese momento tuve • 73 • Los espías miedo por primera vez. Aquello no
encajaba dentro de las leyes de la lógica y por eso, por quebrar con su inercia
el compromiso equilibrado que a todos nos une, me asustó mucho más que si los
cuatro se hubieran puesto a gritar o se hubieran arrojado sobre mí, con el peso
de sus corpulencias, golpeándome o mordiéndome. Fíjate bien en lo irreal de la
escena: el calvero cordobés en el que las abejas zumbaban; yo, casi desnudo,
goteante todavía, monologando sin sentido; y los cuatro voluminosos personajes
tumbados, impávidos con los quietos ojos que apuntaban a la altura, y que no me
respondían. Transcurrieron unos segundos antes de que reparase en que una
abeja, dos abejas, tres abejas se habían posado sobre las mejillas y los labios
del señor Kohn, sin que eso inmutase al interesado en lo más mínimo, pues ni
siquiera tuvo la precaución elemental de cerrar los párpados. Las espanté y
fueron a revolotear y a pararse encima de la frente de su hija. Las espanté de
nuevo y se alejaron, coléricas. Mientras esto sucedía y yo manoteaba en torno
de los horizontales, ninguno evidenciaba cuánto les concernía mi operación
protectora. Como cuatro ridículas esculturas abatidas, olvidadas entre las
plantas silvestres, se ofrecían incólumnes a la arbitrariedad de la naturaleza.
Todo ello, repito, tuvo lugar en un lapso mucho menor que el que se requiere
para narrarlo. Solo entonces, solo cuando iba de acá para allá, saltando sobre
los corpazos tendidos de espaldas, se me ocurrió que los Kohn podían haber
muerto. Mi terror había crecido, y lo zamarreé al jefe de familia, cosa ardua
dada la importancia de su fado, para comprobar que mi sospecha no era
descabellada. ¿Muertos? ¿Los cuatro muertos? Pero, ¿cómo? Y, por imposición del
raciocinio, supuse que los habían asesinado. Sin embargo, a simple vista,
ninguno daba muestras de haber sido objeto de un ataque violento; • 74 • Manuel
Mujica Láinez antes bien, las expresiones de los cuatro proclamaban que hasta
el instante postrero siguieron dueños de la tensa inalterabilidad que los
caracterizaba. Tal vez –me dije– les hayan suministrado un veneno; o tal vez me
halle ante un caso de suicidio colectivo; aunque, vaya uno a saber por qué, mi
desesperación determinó que la eliminación de los Gordos no era voluntaria,
sino el fruto de una acción criminal externa. La certidumbre del cuádruple
homicidio escasamente podía contribuir a serenarme. Al contrario; acto continuo
imaginé la eventualidad de que me acusasen de haber muerto a los Kohn. También
me sobresaltó la perspectiva de que el asesino o los asesinos que habían
suprimido a los Gordos, quizá con el propósito de robarlos –aunque es obvio
calcular que lo robable a cuatro turistas de la vecina pensión, dos de ellos
niños, sería una insignificancia– anduvieran aún por los alrededores. Y si en
el reflexivo relámpago barrunté que lograría demostrar mi falta de culpa, ya
que mis antecedentes hasta ahora no me sindican como un espontáneo ultimador de
gordos o de flacos, y la antipatía que en mí provocaban los Kohn no bastaba
para arrojar sobre mí la sospecha de haber originado su tránsito al otro mundo,
en cambio la vislumbré de que el o los criminales fuesen muy capaces de seguir
merodeando por el contorno, y de que a lo peor yo sería su víctima inmediata, me
angustió intensamente porque es indiscutible que, al enfrentarme con quienes
habían despachado con tanta limpieza a un cuarteto robusto, mis perspectivas de
salvación serían nulas. Aquel planteo me aguzó los sentidos y me dio la medida
plena de mi situación peligrosa. Estaba solo, en un lugar aislado, entre cuatro
cadáveres inmensos, y cualquier acontecimiento desagradable • 75 • Los espías
encuadraría a la perfección en esta escena, que contrastaba con la calma pura
del cielo cordobés y con el trajín rezongante de las abejas, las cuales –ahora
sin que yo importunase sus paseos– habían vuelto a establecer su dominio sobre
los rostros de los Kohn. Un rumor, que oí a la derecha, como de alguien que se
acercase a pasos furtivos, confirmó mis prevenciones. Temblando, me refugié en
las breñas rasguñadoras, y aguardé. Era un rumor sutil, más que de pasos como
de algo que se desliza o que repta sobre las hojas. Progresaba, quedamente,
hacia los petrificados gordos, y la popular noción acerca del criminal que regresaba
al paraje de su crimen acentuó mi espanto. Se adelantaba, pero tardaba en
llegar, como si no se resolviera. Por fin, cuando esperaba ya que se
entreabriesen las ramas y que en el hueco surgiera el intruso, advertí,
estupefacto, la invisible causa de aquellos crujidos. Esto, Billy, es lo más
embarazoso de referir, si se aspira a transmitir la verdad exacta, porque aquí
lo increíble, acaso lo diabólico, comienza a afirmar su imperio, destructor del
orden convencional. Y si es casi imposible componer la narración justa, pues a
lo largo de ella lo absurdo y lo repugnante, con un toque de adefesio, de
esperpento atroz, se entrelazan tan apretadamente que el relator debería poseer
mañas de equilibrista para soslayar los riesgos que proceden de esas percepciones
contradictorias y dar la impresión cabal de lo que presenció sin caer en la
trampa de lo grotesco. Mis ojos, que se negaban a testimoniarlo, no vieron
entonces a un hombre o varios hombres cautelosos, como presentí moderadamente.
Vieron que quien aparecía en el despejado lugar era una especie de gusano gris,
peludo, de unos setenta centímetros de largo, y detrás otro y otro y otro. Se
arrastraban sobre los vientres inmundos • 76 • Manuel Mujica Láinez y de vez en
vez alzaban las cabezas y las giraban, haciendo relampaguear los ojos redondos,
negros, que invadían esas cabezas anilladas. Creo que uno de ellos me
descubrió, pese a que me ocultaba la fronda. No estoy seguro, pero lo confirma
el hecho de que emitiese un breve silbido y de que los restantes mirasen en mi
dirección. ¿Aprecias en su totalidad mi pánico? Las ramas me trababan con sus
garfios, impidiéndome retroceder; para librarme de ellas y de la pesadilla, no
me quedaba más escapatoria que el claro donde yacían los Kohn y que obstruían
las larvas de los ojos malignos; porque eran malignos, eran indiscutiblemente
lúcidos. Así que opté por permanecer tieso y acechando; en el momento oportuno,
si me atacaban, trataría de defenderme, de escabullirme. Quizá no me hubieran
visto; quizá mi imaginación añadiera pavor al que la realidad me ofrecía; quizá
los engendros continuaran, sin molestarme, su camino rumbo al arroyo. Entre
tanto los vermes aquellos, o lo que fuesen, habían reanudado sus pegajosas
ondulaciones y fue patente que avanzaban hacia los Kohn. Mi alarma se
intensificó ante la perspectiva de que me tocase asistir a un festín horrible,
que probablemente no podría soportar y que desencadenaría con mi reacción mi
propio final, pero lo que tuve que atestiguar fue, por extraño y repulsivo, más
tremendo aún. Cada uno de los monstruos se apoderó de uno de los cuerpos.
Pausadamente treparon a las moles abandonadas y sobre ellas se estiraron, como
otros tantos amantes inverosímiles que buscaban las abiertas bocas. En esas
bocas de peces muertos introdujeron sus cabezas y poco a poco –¿me entenderás
bien?– poco a poco se fueron metiendo en su interior, impulsándose con los
infinitos tentáculos velludos, hasta que uno a uno desaparecieron dentro de los
grandes • 78 • Manuel Mujica Láinez organismos inanimados. Y de súbito, pero
también muy despacio, los Kohn empezaron a esbozar muestras vacilantes de vida.
Respiraron, pestañearon, contrajeron las manos, se estremecieron apenas. No
resistí más y aproveché el lapso corto que los devolvería a su presunta normalidad
para salir de mi madriguera, sin ocuparme ya de que me oyesen, y a la carrera
crucé el espacio que todavía interceptaban los cuatro seres, las cuatro boas
engullidoras de gusanos o, más apropiadamente, que a los gusanos amparaban en
su envoltura, para zambullirme una vez más en la maraña que me separaba de la
ruta principal. Desemboqué en un parque descuidado, que luego reconocí como del
instituto de estudios aeroespaciales que arriba mencioné, ya que a la sazón mi
mente no estaba en condiciones de funcionar como de costumbre. Salí a la
carretera y por ella me volví, lo más velozmente que consintieron mis piernas,
a “El Miosotis”. La tranquilidad de los Bridge, de la señora de Morales Rivas y
de los matrimonios, que se aprestaban a almorzar, no logró por cierto
serenarme. Hubiera sido peliagudo comer, y peor digerir, los macarrones que me
ofrecían, tras lo que había contemplado, ni menos sostener una conversación
lógica con los huéspedes, pues toda mi atención se centraba en la inminencia de
la entrada de los Gordos en “El Miositis”. ¿Qué secreto abominable había
penetrado yo casualmente? ¿Quiénes eran, qué eran los Kohn? ¿En qué consistían?
¿De dónde procedían? ¿Qué se proponían? ¿Rondaban el instituto con algún objeto
preciso? ¿Habría en el mundo otros Kohn semejantes, mitad cajas de hechura
humana y mitad gigantescas lombrices, desconocidas en la Tierra? ¿Debía yo
comunicar lo que había observado contra mi voluntad, para que los huéspedes
pacíficos me tildaran de loco, de visionario de quimeras nauseabundas, o para
sembrar entre • 79 • Los espías ellos una confusión y una zozobra más que
disculpables? Éstas y otras preguntas se agolpaban en mi cerebro, mientras
aguardaba la vuelta de las cuatro siniestras armazones. Y sobre todas, una
interrogación: ¿cuál sería mi actitud frente a los Kohn apócrifos? Pero no
regresaron a “El Miosotis”. Llegó en su lugar, traída por un muchacho
mensajero, una carta garabateada que anunciaba su retorno urgente a Buenos
Aires; incluía el dinero de la pensión (los imagino contándolo y los pelos se
me ponen de punta); e indicaba el sitio al que Mr. Bridge remitiría las
maletas. Era, según anoté, el depósito de equipajes de la Estación Retiro, pero
presumo que nadie las habría reclamado y que no contendrían nada concreto. Esa
misma noche me vine a la capital. La señora Morales Rivas usó en vano su
encanto antiguo, en su afán de retenerme. Voilà mon histoire. Ahora estás
enterado del asunto como yo y puedes sacar tus deducciones propias. La
diferencia entre nosotros finca en que actuarás en tu pleno derecho al no
creerme, pero ¿con qué motivo iba yo a inventar un cuento tan insufriblemente
fantástico? Y hay una diferencia más: a ti no te vieron; en ti no se fijaron
los ojos redondos, negros, feroces, de los cuatro gusanos Kohn, segundos antes
de recuperar sus carnales envolturas demasiado abrigadas; los cuatro gusanos
que yo vi cerca del arroyo, que saben que los vi, que sin duda andarán
buscándome, vaya uno a adivinar bajo qué nueva traza, que de repente me
encontrarán. Te abrazo Manucho A Guillermo Whitelow.
Manuel Mujica Láinez, “Los espías”
Manuel Mujica Láinez, “Los
espías”
9-Marca con un X la opción
correcta.
1 -La historia del cuento
transcurre en...
a) una chacra en la provincia de
Santa Fe.
b) una pensión en las sierras de
Córdoba.
c) una quinta en el interior de
Buenos Aires.
d) una estancia en La Pampa.
2 -Cerca de “El Miosotis” se
encuentra...
a) un laboratorio del ejército.
b) un zoológico.
c) una fábrica de armas.
d) un instituto de
investigaciones aeroespaciales.
108
3- ¿Qué les resulta extraño de
los Khon a los huéspedes
de “El Miosotis”?
a) Su aspecto singular.
b) Su forma de hablar y de mirar.
c) Su fortuna.
d) Su dieta.
4- Cuando el narrador realiza su
descubrimiento, decide...
a) contarles todo a sus
compañeros.
b) tratar de olvidar lo sucedido.
c) hacer una denuncia a la
policía y escribir un libro.
d) guardar el secreto hasta el
momento de escribir la carta.
10- “Los espías” adopta el
formato de una carta. Identifica en el relato el nombre del emisor de la carta
y el del destinatario; luego cópialos.
a) Láinez era apodado “Manucho” y
Guillermo Whitelow fue un amigo del escritor. Marca entre las opciones que
figuran a continuación la más adecuada para explicar el efecto que genera en el
lector la identificación de estos personajes del cuento con personas reales.
• Le da más “credibilidad” a lo
narrado.
• Permite entender mejor la
historia.
• Permite una narración más
coloquial, menos formal.
• Acentúa el carácter fantástico
de los hechos.
11-¿Por qué el narrador decide
contar por primera vez su historia?
12- Elabora una lista de los
adjetivos y expresiones que el narrador utiliza en los primeros párrafos del
cuento para describir lo ocurrido.
13- Marca en el cuento los momentos en que el narrador
intenta justificar lo increíble de su relato.
14- Identifica la descripción que
el narrador hace del arroyo y sus alrededores. Luego, proponé cinco adjetivos
que permitan caracterizar ese lugar.
Esto lo presentamos de regreso a clases soy de 3 2 tv
ResponderEliminarMI CORREO abel6374@hotmail.com
EliminarNo entiendo el punto 10
ResponderEliminaremisor el que cuenta, relata
Eliminarreceptor a quién va dirigido ese relato
la relación entre los nombre y la vida real. Qué efecto quiere lograr con eso?